Sherwood Anderson (1876–1941).  Winesburg, Ohio.  1919.
Respectability  -- Respectabilidad
Edición bilingüe, inglés-español, de Miguel Garci-Gomez
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Respectability 
Respetabilidad
IF you have lived in cities and have walked in the park on a summer afternoon, you have perhaps seen, blinking in a corner of his iron cage, a huge, grotesque kind of monkey, a creature with ugly, sagging, hairless skin below his eyes and a bright purple underbody. This monkey is a true monster. In the completeness of his ugliness he achieved a kind of perverted beauty. Children stopping before the cage are fascinated, men turn away with an air of disgust, and women linger for a moment, trying perhaps to remember which one of their male acquaintances the thing in some faint way resembles. QUIEN haya vivido en una ciudad y paseado por el parque una tarde de verano, puede que haya visto, parpadeando en un rincón de su jaula de hierro, a un mono enorme y grotesco, una criatura de piel purpúrea y feas bolsas, fláccidas y lampiñas debajo de los ojos. Ese mono es un auténtico monstruo. Su absoluta fealdad le proporciona una especie de belleza perversa. Los niños que se paran delante de su jaula lo miran fascinados, los hombres apartan la mirada asqueados y las mujeres se entretienen un instante, tratando tal vez de recordar con cuál de sus conocidos guarda un vago parecido.
  Had you been in the earlier years of your life a citizen of the village of Winesburg, Ohio, there would have been for you no mystery in regard to the beast in his cage. “It is like Wash Williams,” you would have said. “As he sits in the corner there, the beast is exactly like old Wash sitting on the grass in the station yard on a summer evening after he has closed his office for the night.” Si, en los primeros años de su vida, hubiese sido usted ciudadano del pueblo de Winesburg, Ohio, el animal de la jaula no habría ofrecido para usted ningún misterio. Habría dicho usted: «Es clavadito a Wash Williams. Sentado ahí en su rincón, ese animal es idéntico al viejo Wash sentado en el césped del patio de la estación una tarde de verano, después de cerrar la oficina».
  Wash Williams, the telegraph operator of Winesburg, was the ugliest thing in town. His girth was immense, his neck thin, his legs feeble. He was dirty. Everything about him was unclean. Even the whites of his eyes looked soiled. Wash Williams, el operador del telégrafo de Winesburg, era el hombre más feo del pueblo. Su contorno era inmenso, su cuello delgado y sus piernas débiles. Era sucio y siempre iba cubierto de mugre. Incluso el blanco de sus ojos parecía manchado.
  I go too fast. Not everything about Wash was unclean. He took care of his hands. His fingers were fat, but there was something sensitive and shapely in the hand that lay on the table by the instrument in the telegraph office. In his youth Wash Williams had been called the best telegraph operator in the state, and in spite of his degradement to the obscure office at Winesburg, he was still proud of his ability. Me estoy precipitando. No todo en Wash era porquería. Se cuidaba mucho las manos. Tenía los dedos gruesos, pero la mano que posaba sobre el instrumento de la oficina de telégrafos era sensible y bien conformada. En su juventud, a Wash Williams llegó a considerársele el mejor telegrafista del estado y, a pesar de que lo hubieran degradado enviándolo a la olvidada oficina de Winesburg, seguía sintiéndose orgulloso de su pericia.
  Wash Williams did not associate with the men of the town in which he lived. “I’ll have nothing to do with them,” he said, looking with bleary eyes at the men who walked along the station platform past the telegraph office. Up along Main Street he went in the evening to Ed Griffith’s saloon, and after drinking unbelievable quantities of beer staggered off to his room in the New Willard House and to his bed for the night. Wash Williams no se relacionaba con la gente del pueblo en que vivía. «No quiero tener nada que ver con ellos», decía mientras dedicaba una turbia mirada a los hombres que pasaban por el andén delante de la oficina de telégrafos. Por las tardes recorría la calle Mayor hasta el bar de Ed Griffith, y tras beber cantidades inconcebibles de cerveza, volvía dando tumbos a su habitación en el New Willard House y se metía en la cama a dormir la mona.
  Wash Williams was a man of courage. A thing had happened to him that made him hate life, and he hated it wholeheartedly, with the abandon of a poet. First of all, he hated women. “Bitches,” he called them. His feeling toward men was somewhat different. He pitied them. “Does not every man let his life be managed for him by some bitch or another?” he asked. Wash Williams era un hombre valiente. Le había ocurrido algo que le había hecho odiar la vida y la odiaba de todo corazón, con el abandono de un poeta. En primer lugar, odiaba a las mujeres. «Putas», las llamaba. Sus sentimientos hacia los hombres eran algo distintos. Los compadecía. «¿Acaso no permiten todos que una puta les organice la vida?», preguntaba.
  In Winesburg no attention was paid to Wash Williams and his hatred of his fellows. Once Mrs. White, the banker’s wife, complained to the telegraph company, saying that the office in Winesburg was dirty and smelled abominably, but nothing came of her complaint. Here and there a man respected the operator. Instinctively the man felt in him a glowing resentment of something he had not the courage to resent. When Wash walked through the streets such a one had an instinct to pay him homage, to raise his hat or to bow before him. The superintendent who had supervision over the telegraph operators on the railroad that went through Winesburg felt that way. He had put Wash into the obscure office at Winesburg to avoid discharging him, and he meant to keep him there. When he received the letter of complaint from the banker’s wife, he tore it up and laughed unpleasantly. For some reason he thought of his own wife as he tore up the letter. En Winesburg nadie prestaba atención a Wash Williams y su misantropía. En una ocasión la señora White, la mujer del banquero, se quejó a la compañía de telégrafos, diciendo que la oficina de Winesburg estaba sucia y apestaba, pero su reclamación no sirvió de nada. Aquí y allá había quien respetaba al telegrafista. Sentían de forma instintiva su resentimiento por algo que ellos no tenían valor para odiar. Cuando Wash pasaba por las calles, tenían el instinto de rendirle homenaje, de quitarse el sombrero o hacerle una reverencia. El superintendente que tenía a su cargo a los telegrafistas del ferrocarril de Winesburg era uno de ellos. Había colocado a Wash en aquella oscura oficina de Winesburg para no tener que despedirlo y pensaba dejarlo allí. Cuando recibió la carta con la reclamación de la mujer del banquero, la rompió en pedazos y soltó una risa desagradable. Por alguna razón pensó en su propia esposa mientras rasgaba la carta.
  Wash Williams once had a wife. When he was still a young man he married a woman at Dayton, Ohio. The woman was tall and slender and had blue eyes and yellow hair. Wash was himself a comely youth. He loved the woman with a love as absorbing as the hatred he later felt for all women. Wash Williams había estado casado. Cuando era todavía joven, contrajo matrimonio con una mujer de Dayton, Ohio. Era una mujer alta y esbelta de ojos azules y cabello rubio. El propio Wash era un joven muy apuesto. Amaba a aquella mujer con un amor tan absorbente como el odio que sintió luego por todas las mujeres.
  In all of Winesburg there was but one person who knew the story of the thing that had made ugly the person and the character of Wash Williams. He once told the story to George Willard and the telling of the tale came about in this way: En todo Winesburg sólo había una persona que supiera lo que había afeado de aquel modo a Wash Williams, tanto en lo físico como en lo moral. Una vez le contó la historia a George Willard porque ocurrió lo siguiente:
  George Willard went one evening to walk with Belle Carpenter, a trimmer of women’s hats who worked in a millinery shop kept by Mrs. Kate McHugh. The young man was not in love with the woman, who, in fact, had a suitor who worked as bartender in Ed Griffith’s saloon, but as they walked about under the trees they occasionally embraced. The night and their own thoughts had aroused something in them. As they were returning to Main Street they passed the little lawn beside the railroad station and saw Wash Williams apparently asleep on the grass beneath a tree. On the next evening the operator and George Willard walked out together. Down the railroad they went and sat on a pile of decaying railroad ties beside the tracks. It was then that the operator told the young reporter his story of hate. George Willard salió a pasear una tarde con Belle Carpenter, una bordadora de sombreros de señora que trabajaba en la sombrerería de Nate McHugh. El joven no estaba enamorado de la mujer, quien, de hecho, tenía un pretendiente que trabajaba de camarero en el salón de Ed Griffith, pero mientras paseaban bajo los árboles, se besaron un par de veces. La noche y sus propios pensamientos habían despertado algo en su interior. De vuelta hacia la calle Mayor pasaron junto al césped de la estación de ferrocarril y vieron a Wash Williams, que en apariencia estaba dormido sobre la hierba debajo de un árbol. La noche siguiente, el operador y George Willard salieron a dar un paseo. Siguieron la vía y se sentaron en una pila de traviesas medio podridas que había junto a los raíles. Fue entonces cuando el telegrafista le contó al joven reportero su historia de odio.
  Perhaps a dozen times George Willard and the strange, shapeless man who lived at his father’s hotel had been on the point of talking. The young man looked at the hideous, leering face staring about the hotel dining room and was consumed with curiosity. Something he saw lurking in the staring eyes told him that the man who had nothing to say to others had nevertheless something to say to him. On the pile of railroad ties on the summer evening, he waited expectantly. When the operator remained silent and seemed to have changed his mind about talking, he tried to make conversation. “Were you ever married, Mr. Williams?” he began. “I suppose you were and your wife is dead, is that it?” Al menos en una docena de ocasiones, George Willard y el hombre extraño e informe que vivía en el hotel de su padre habían estado a punto de hablar. Cada vez que el joven veía el rostro horrible y perverso que lo miraba con ojos fijos en el comedor del hotel, le consumía la curiosidad. Había algo en su mirada que le decía que aquel hombre, que no tenía nada que contar a los demás, tenía, no obstante, algo que contarle a él. Sentado en la pila de traviesas aquella tarde de verano, esperó lleno de expectación. Como el telegrafista siguió en silencio y dio la impresión de no tener intención de decir una palabra, trató de iniciar él mismo la conversación. —¿Ha estado casado, señor Williams?—empezó—. Tengo entendido que sí y que su mujer falleció, ¿no es así?
  Wash Williams spat forth a succession of vile oaths. “Yes, she is dead,” he agreed. “She is dead as all women are dead. She is a living-dead thing, walking in the sight of men and making the earth foul by her presence.” Staring into the boy’s eyes, the man became purple with rage. “Don’t have fool notions in your head,” he commanded. “My wife, she is dead; yes, surely. I tell you, all women are dead, my mother, your mother, that tall dark woman who works in the millinery store and with whom I saw you walking about yesterday—all of them, they are all dead. I tell you there is something rotten about them. I was married, sure. My wife was dead before she married me, she was a foul thing come out a woman more foul. She was a thing sent to make life unbearable to me. I was a fool, do you see, as you are now, and so I married this woman. I would like to see men a little begin to understand women. They are sent to prevent men making the world worth while. It is a trick in Nature. Ugh! They are creeping, crawling, squirming things, they with their soft hands and their blue eyes. The sight of a woman sickens me. Why I don’t kill every woman I see I don’t know.” Wash Williams escupió una retahíla de horribles juramentos. —Sí, está muerta—admitió—. Tan muerta como todas las mujeres. Es un muerto viviente que se pasea entre los hombres y mancilla la tierra con su presencia.—Miró al joven a los ojos y se puso rojo de ira—. No vayas a pensar ninguna tontería. Mi mujer está muerta, desde luego. Ya te digo que todas las mujeres lo están, mi madre, la tuya, esa mujer alta y morena que trabaja en la sombrerería y con la que te vi paseando ayer..., todas están muertas. Te aseguro que hay algo podrido en todas ellas. Es cierto que estuve casado. Mi mujer estaba muerta antes de casarse conmigo, era una malvada nacida de una mujer más malvada todavía. Un ser enviado para hacerme la vida insoportable. Y ya ves, yo era tan tonto como tú ahora y me casé con ella. Ojalá los hombres entendieran mínimamente a las mujeres. Su única misión es impedir que hagamos del mundo un lugar tolerable. Son un trampa de la naturaleza. ¡Puaj! Son criaturas rastreras, viles y retorcidas, con sus manos suaves y sus ojos azules. Sólo ver a una mujer me pone enfermo. A veces me entran ganas de matar a todas las que se cruzan en mi camino.
  Half frightened and yet fascinated by the light burning in the eyes of the hideous old man, George Willard listened, afire with curiosity. Darkness came on and he leaned forward trying to see the face of the man who talked. When, in the gathering darkness, he could no longer see the purple, bloated face and the burning eyes, a curious fancy came to him. Wash Williams talked in low even tones that made his words seem the more terrible. In the darkness the young reporter found himself imagining that he sat on the railroad ties beside a comely young man with black hair and black shining eyes. There was something almost beautiful in the voice of Wash Williams, the hideous, telling his story of hate. Asustado, y al mismo tiempo fascinado por el fuego que ardía en los ojos de aquel anciano tan horrible, George Willard le escuchó lleno de curiosidad. A medida que oscurecía se había ido inclinando hacia él para seguir viéndolo mientras hablaba. Cuando en la oscuridad dejó de ver su rostro purpúreo y abotargado y sus ojos encendidos, se le ocurrió algo muy curioso. Wash Williams hablaba en un tono bajo y constante que hacía que sus palabras pareciesen aún más terribles. En la oscuridad, el joven periodista empezó a imaginar que estaba sentado en las traviesas del ferrocarril junto a un joven apuesto de cabello negro y ojos oscuros y encendidos. Había algo casi hermoso en la voz del horrible Wash Williams mientras contaba su historia de odio.
  The telegraph operator of Winesburg, sitting in the darkness on the railroad ties, had become a poet. Hatred had raised him to that elevation. “It is because I saw you kissing the lips of that Belle Carpenter that I tell you my story,” he said. “What happened to me may next happen to you. I want to put you on your guard. Already you may be having dreams in your head. I want to destroy them.” Sentado en la oscuridad sobre las traviesas del ferrocarril, el telegrafista de Winesburg se había convertido en un poeta. El odio lo había elevado a esas alturas. —Si te cuento mi historia es sólo porque te vi besar en la boca a esa Belle Carpenter—dijo—. Lo que me pasó a mí podría pasarte también a ti. Quiero prevenirte. Puede que hayas empezado a llenarte la cabeza de sueños. Quiero destruirlos.
  Wash Williams began telling the story of his married life with the tall blonde girl with the blue eyes whom he had met when he was a young operator at Dayton, Ohio. Here and there his story was touched with moments of beauty intermingled with strings of vile curses. The operator had married the daughter of a dentist who was the youngest of three sisters. On his marriage day, because of his ability, he was promoted to a position as dispatcher at an increased salary and sent to an office at Columbus, Ohio. There he settled down with his young wife and began buying a house on the installment plan. Wash Williams empezó a contarle la historia de su vida de casado con la chica alta y rubia de ojos azules a quien había conocido cuando era un joven telegrafista en Dayton, Ohio. Aquí y allá, su relato tenía toques muy bellos mezclados con un rosario de terribles maldiciones. El telegrafista se había casado con la hija de un dentista que era la menor de tres hermanas. El día de su boda, debido a sus méritos, lo ascendieron a expedidor, le subieron el sueldo y lo destinaron a una oficina de Columbus, Ohio. Allí se instaló con su joven mujer y compró una casa a plazos.
  The young telegraph operator was madly in love. With a kind of religious fervor he had managed to go through the pitfalls of his youth and to remain virginal until after his marriage. He made for George Willard a picture of his life in the house at Columbus, Ohio, with the young wife. “In the garden back of our house we planted vegetables,” he said, “you know, peas and corn and such things. We went to Columbus in early March and as soon as the days became warm I went to work in the garden. With a spade I turned up the black ground while she ran about laughing and pretending to be afraid of the worms I uncovered. Late in April came the planting. In the little paths among the seed beds she stood holding a paper bag in her hand. The bag was filled with seeds. A few at a time she handed me the seeds that I might thrust them into the warm, soft ground.” El joven telegrafista estaba locamente enamorado. Con una especie de fervor religioso, se las había arreglado para sortear los peligros de la juventud y llegar virgen al matrimonio. Trazó para George Willard un cuadro de su vida en la casa de Columbus, Ohio, con su joven esposa. —Plantamos verduras en el jardín trasero—dijo—, ya sabes, guisantes, maíz y cosas así. Llegamos a Columbus a principios de marzo y, en cuanto empezó el buen tiempo, me puse a trabajar en el jardín. Volteé la tierra negra con la pala mientras ella iba por ahí riendo y fingiendo asustarse de las lombrices que yo desenterraba. A finales de abril llegó el momento de sembrar. Ella se quedaba entre los surcos con una bolsita de papel en la mano. La bolsa estaba llena de semillas. Me las iba dando a puñaditos para que yo las echara sobre la tierra cálida y suave.
  For a moment there was a catch in the voice of the man talking in the darkness. “I loved her,” he said. “I don’t claim not to be a fool. I love her yet. There in the dusk in the spring evening I crawled along the black ground to her feet and groveled before her. I kissed her shoes and the ankles above her shoes. When the hem of her garment touched my face I trembled. When after two years of that life I found she had managed to acquire three other lovers who came regularly to our house when I was away at work, I didn’t want to touch them or her. I just sent her home to her mother and said nothing. There was nothing to say. I had four hundred dollars in the bank and I gave her that. I didn’t ask her reasons. I didn’t say anything. When she had gone I cried like a silly boy. Pretty soon I had a chance to sell the house and I sent that money to her.” Por un momento la voz del hombre que hablaba en la oscuridad pareció atragantarse. —Yo la quería—dijo—. Ya sé que soy un idiota. La quiero todavía. Allí en el crepúsculo de aquella tarde primaveral me arrastré por la negra tierra a sus pies y me prosterné ante ella. Le besé los zapatos y los tobillos. El dobladillo de su vestido me rozó la frente y yo me eché a temblar. Cuando, dos años después, descubrí que se las había arreglado para tener otros tres amantes que iban con regularidad a nuestra casa cuando yo estaba trabajando, no quise hacerles nada a ellos ni a ella. Me limité a enviarla de vuelta con su madre y no dije nada. No había nada que decir. Tenía cuatrocientos dólares en el banco y se los di. No le pregunté sus motivos. No dije nada. Cuando se marchó, lloré como un niño estúpido. Poco después, encontré un comprador para la casa y le envié el dinero.
  Wash Williams and George Willard arose from the pile of railroad ties and walked along the tracks toward town. The operator finished his tale quickly, breathlessly. Wash Williams y George Willard se levantaron de la pila de traviesas de ferrocarril y echaron a andar por la vía hacia el pueblo. El telegrafista concluyó su historia rápidamente, casi sin aliento.
  “Her mother sent for me,” he said. “She wrote me a letter and asked me to come to their house at Dayton. When I got there it was evening about this time.” —Su madre me mandó llamar—dijo—. Me escribió una carta y me pidió que fuese a su casa de Dayton. Cuando llegué, era más o menos esta misma hora.
  Wash Williams’ voice rose to a half scream. “I sat in the parlor of that house two hours. Her mother took me in there and left me. Their house was stylish. They were what is called respectable people. There were plush chairs and a couch in the room. I was trembling all over. I hated the men I thought had wronged her. I was sick of living alone and wanted her back. The longer I waited the more raw and tender I became. I thought that if she came in and just touched me with her hand I would perhaps faint away. I ached to forgive and forget.” —La voz de Wash Williams se convirtió casi en un grito—. Pasé dos horas sentado en el salón de aquella casa. Su madre me hizo pasar allí y se marchó. La casa era muy elegante. Eran eso que se llama gente respetable. En la habitación había varias sillas tapizadas de felpa y un sofá. Yo temblaba de pies a cabeza. Odiaba a los hombres que, según creía, la habían engañado. Me asqueaba vivir solo y quería que volviese conmigo. Cuanto más esperaba más conmovido me sentía. Pensé que, si entraba y me rozaba con la mano, me desmayaría. Ansiaba perdonarla y olvidar
  Wash Williams stopped and stood staring at George Willard. The boy’s body shook as from a chill. Again the man’s voice became soft and low. “She came into the room naked,” he went on. “Her mother did that. While I sat there she was taking the girl’s clothes off, perhaps coaxing her to do it. First I heard voices at the door that led into a little hallway and then it opened softly. The girl was ashamed and stood perfectly still staring at the floor. The mother didn’t come into the room. When she had pushed the girl in through the door she stood in the hallway waiting, hoping we would—well, you see—waiting.” .—Wash Williams se detuvo y se quedó mirando a George Willard. El cuerpo del muchacho se estremeció con un escalofrío. De nuevo su voz se volvió suave y baja—. Entró desnuda en la habitación. Su madre la obligó. Mientras yo esperaba allí sentado, ella le estaba quitando la ropa, tal vez con algún engaño. Primero oí voces en la puerta que daba al pasillo y luego vi cómo se abría muy despacio. La chica se avergonzó y se quedó inmóvil mirando al suelo. La madre no entró en la habitación. Empujó a la chica y se quedó en el pasillo esperando, con la esperanza de que..., bueno, ya sabes, esperando…
  George Willard and the telegraph operator came into the main street of Winesburg. The lights from the store windows lay bright and shining on the sidewalks. People moved about laughing and talking. The young reporter felt ill and weak. In imagination, he also became old and shapeless. “I didn’t get the mother killed,” said Wash Williams, staring up and down the street. “I struck her once with a chair and then the neighbors came in and took it away. She screamed so loud you see. I won’t ever have a chance to kill her now. She died of a fever a month after that happened.” —George Willard y el telegrafista llegaron a la calle Mayor de Winesburg. Las luces de los escaparates iluminaban las aceras. La gente iba y venía charlando y riendo. El joven periodista se sintió débil y enfermo. En su imaginación, él también se sintió viejo e informe—. No maté a la madre—dijo Wash Williams mirando a un lado y otro de la calle—. La golpeé una vez con una silla y luego llegaron los vecinos y se la llevaron. Había que oír sus gritos. Ahora ya nunca podré matarla. Murió un mes después, de un ataque de fiebre.